Las puertas de la casa de la tita se abrían y poquito a poco iban llegando los miembros de la familia, como el agua que, gota a gota, moja la tierra y hace vivir al olivo, para que no se seque. Así volvía cada año la Nochebuena de toda la vida, a las nueve de la noche, cuando las paredes de los tres cerros dejaban de devolver al pueblo los metálicos ecos de las panderetas, compañeras imprescindibles en nuestra tarde de villancicos. Para los niños en realidad la Nochebuena empezaba antes, cuando las mamás nos arreglaban para ir con los demás primos a cantar puerta por puerta el Ande, ande, ande..., que cuando nos daba por variar se convertía ni más ni menos que en Campana sobre campana... Todo un clásico del pueblo.
Veíamos el portal de Belén que ponían en la plaza -ahora cada vez más cutre- y alguno pisaba la paja para coger un caramelo. Nos poníamos nerviosos por si nos veían los municipales; creo que intuíamos que eso era robar... Dábamos muchas vueltas por el pueblo, porque éramos bastantes y había que sacar más monedas para tener más que repartir. Pero no éramos nada tontos: había casas en el camino marcadas con rojo, pues sabíamos que a las de los más conocidos no podíamos faltar, porque nos soltarían más. Está claro: un trabajo perfectamente planificado, en equipo, y que suponía compartir para poder repartir. Todos contentos. Es verdad que no todo era dinero. A cualquiera nos gustaba que nos trataran bien, y por eso cuando dábamos con un vejete cascarrabias, al echarnos podía ser que golpeáramos su puerta para darle la lata o le pulverizáramos espuma blanca en la ventana; era el castigo de los insensibles. También es cierto que no nos gustaba mucho que nos dieran polvorones -con el frío que hacía, tú cantando, golpeándote la mano con una pandereta de plástico duro, ¿y todo para atragantarte con un polvorón? ¡pues sí hombre!- pero eso era distinto, porque la mujer que llevaba la bandeja te los ofrecía con toda la amabilidad del mundo, y eso se agradecía.
Cualquiera que lea hasta aquí podría correr el riesgo de pensar que éramos bastante materialistas, pero no hay que extrañarse, nos estábamos haciendo: todo lo explica la edad. En realidad éramos solamente niños, y quizá por eso distinguíamos llanamente lo que queríamos de lo que no nos gustaba. A veces los mayores no lo hacen. Los mayores a menudo olvidan que una vez fueron pequeños, como decía el Principito. Después, cerca de la hora de la cena, sólo nos quedaba ir a la tienda del tío Alfonso, para volcar en el mostrador de madera oscura y fuerte -como los de antes- todas las monedillas, que la tía Manuela, haciendo torres de monedas, nos ayudaba a contar y a repartir. Fuera como fuera, eran especiales las horas de pedir el aguilando, por lo de juntarse, por lo de cantar, por lo de reírse, por lo que la gente nos ofrecía, por las sonrisas que las personas nos daban y las risas nuestras, las de las travesuras, las de las anécdotas. Quizá el aguilando era el principio de la Navidad para los niños, porque ellos saben siempre lo que se celebra, captan el sentido de los momentos: por eso están alegres.
Yo a veces lo recuerdo, y me acuerdo de otras muchas cosas, y no sé si me excedo en tanto recordar... Eso sí, me pone alegre, lo hago y disfruto. Por eso veo con tristeza cuando las personas no pueden recordar, y sé que a ti también te pasa, ¿verdad? Todos tenemos alguien más o menos cerca... Bien pensado el recuerdo es un instrumento de alegría: en ausencia de la felicidad, siempre podemos recordar momentos felices. Se ve en el abuelo. La memoria es el sustento del buen porvenir, del futuro feliz. Lo digo yo. Por ahí dicen -con razón en cierto sentido- que la vida es el futuro, lo que está por hacer. Pero extrañamente servirá lo que está por hacer si luego no se tiene la dicha de poderlo recordar. Lo que se olvida, está pero se pierde. Los olvidados se desvanecen. Quienes olvidan... ¿sabes tú qué sienten?
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A todas las personas a las que la edad les roba a diario la memoria en una enfermedad
y a todos aquellos que no quieren recordar lo especial ignorando que un día, quizá, no podrán.
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