martes, 28 de enero de 2014

Hay solo una vida

Suelo juntar las cinco yemas de cada mano
y acercar una mano a la otra por los meñiques,
moverlas como marcando el compás
de una música grave que gritara algún piano,
como si cada golpe derramara una tinta
que convirtiese por magia en negrita
estas palabras mías que me oyes pronunciar,
un poco a la italiana -quizá así me explique-
mientras exclamo que hay solo una vida
arqueando mis cejas y callando al silencio
para que oigan tus ojos la infame verdad
de nuestra maravillosa existencia.

 Una sola vida para ser libres,
para elegir y elegirte,
para crear y crearnos,
para perdurar,
así me escuchas hablar cada tanto.

 Cuando solo vivamos en las sílabas de nuestros nombres
y seamos aire en la boca de nuestros hijos,
cuando recorra el viento avenidas macilentas
y esparza las candentes cenizas por la ciudad,
cuando la tierra sedienta cruja
y seque la bruja los arroyos,
cuando el mar devore los acantilados
y la sal las pupilas selle,
cuando ya no queden árboles verdes
a cuya sombra amarte,
te amaré en los pájaros
y nos adueñaremos al fin
del tiempo que ya no nos pertenezca,
de nuevas vidas -otras, sólidas, líquidas, gaseosas- por venir.
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