sábado, 27 de noviembre de 2010

La otra herencia

Pienso en los gestos olvidados, en los múltiples ademanes
y palabras de los abuelos, poco a poco perdidos, no heredados,
caídos uno tras otro del árbol del tiempo.
De Cortázar en
Espérame en Siberia.

Ella me devolvió a este pensamiento esta mañana de gotas de lluvia compitiendo por deslizarse y ser la más rápida en los cristales del ventanal que da al mar. Quien me conoce sabe que es esta una reflexión muy mía, muy de siempre, la lógica de tener presente a lo más parecido a un ídolo vital, el único vivo, que no es cantante, ni deportista, ni poeta -aunque a veces me pregunto si recogerá en sí mismo un poco de todo esto y algo más-, sino abuelo, y mío, de mis hermanos y mis primos -un poco abuelo también de algunos amigos-. Trae los ecos de otra época, los retales con los que teje historias vividas, los cuentos de cuando había otros modos de vida y en el campo se sufría pero se compartía. Y se repite, todo hay que decirlo, y aparecen en los mediodías una y mil veces -aunque con la originalidad de algunos matices nuevos en el contar- los mismos coroneles, las mismas galanterías, las mismas letrillas, los mismos relatos de vida campesina, y es como asistir a la historia que se despereza, se pone de rodillas y gatea, se pone en pie y habla. Me sirve de paso para recordarme cuánto me olvido de lo fundamental que es la memoria, la que se esfuma y azota, en su marcharse un día para volver si acaso en labios de otros, a muchos con su edad, desgraciadamente. Y pienso que si, gracias a Dios, él recuerda aún hasta los nombres y apellidos de aquellos personajes suyos, me corresponde a mí empaparme, querer recibir esta otra herencia, comprenderlo en su tiempo, con los ojos de un entonces que no es ahora, que es como se conoce más justamente el pasado. Sin dejar de mirar al futuro desde el presente -que se me acaba de escapar mientras escribía la palabra "presente"-, en él me uno a los antepasados -son 94 años ya- y atrapo sus palabras y sus gestos con infantil coleccionismo. Pienso que igual así, mientras descrubro quién soy, viniendo detrás de él, pendiendo de su mismo hilo, prolongándolo en el tiempo, puedo retener lo que fuimos.

3 comentarios:

Lola Fontecha dijo...

Los mayores saben racionar la memoria de forma inteligente, me gusta escucharlos... ver sus caras al contar sus historias, el brillo de sus ojos ante las alegrias o tristezas vividas... pasan de nuevo por ellas al volver a recordarlas, ciertamente tienen un don...

Elchiado dijo...

Qué suerte tienes, qué suerte, de verdad! Me alegro por ti porque tú eres de los que saben la suerte que tienen. Un abrazo

Pequeña Rock and Roll dijo...

No puedo comentar sencillamente porqué me tocaste dentro...
A mi me cuidó mi abuela y ahora tengo la oportunidad de cuidarla yo a ella.

Besos

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