martes, 25 de mayo de 2010

Estas fiebres

Querido poeta portugués:

Te escribo desde otra cama. He abandonado mis sábanas pintadas de sudores fríos y sobre mi colchón he creído dejar a los 38 que me agobiaban. Es noche cerrada y la fiebre multiplica para mi cuerpo -la fiebre es una señora muy atenta- el fresco que recorre las calles. Lo he sentido al asomarme desde la ventana para ver cómo está el pueblo y diseñar la mejor manera de salir.

He cogido las llaves de casa, el móvil y he salido a oscuras por el pasillo de casa, aprovechándome de que conozco los pasos exactos para girar cada quiebro que tiene y llegar a la salida. He abierto la puerta de casa y he salido de puntillas, sin hacer ruido. Al encender las luces de la escalera he cruzado los dedos para que no me viera ningún vecino en ese momento. Abajo, al abrir la puerta de la calle, el fresco me ha robado lágrimas de los ojos, como si fuera montado en motocicleta.

He caminado hasta la esquina y la he girado con la ilusión de quien empieza a divisar tierra en mitad del mar agitado. He notado que me había olvidado de los dolores, que los músculos se habían puesto de mi parte, que me quieren, y que me querían llevar allá en volandas.

Al doblar la última esquina a la izquierda, ya estaba allí, en la puerta, y el corazón latía más por nervios que por enfermedad, y las sonrisas me salían de la boca como palomitas en plena danza de vida. Así de absurdo y de lleno estaba plantado en la puerta cuando ella la ha abierto. Al fin y al cabo se trataba de un chico enfermo, despeinado, con ojeras y cara de dolores, y con una telita brillante en los ojos, como de debilidad, a la que se intentaba superponer en el fondo una luz potente de alegría. Un chico descalzo, con camiseta y pantalón verde de rayas envuelto torpemente en un nórdico de cuadros verdes y azules que había arrastrado por detrás hasta llegar allí. Se ha partido de risa, y cuando ella se ríe los ojos chisporrotean fuegos artificiales, y la noche de golpe es una fiesta, una fiesta que destruye fiebres incluso si acerca a tus labios su boca.

Te cuento también que me ha abrazado, que me ha herido su ternura al verme, que me ha traspasado hasta sentirme arropado, cuidado, atendido. Y me ha llevado a su cama, me ha mostrado un camino de paz al taparme con su edredón y acostarse a mi lado, ella más destapada. Me habla despacito y en voz baja, con mucho cariño, y a ratos me pasa la mano por la frente o por la cara o bien me aprieta contra ella. Hace un momento creo haber escuchado algunos te quieros mientras me iba relajando.

Abandonado a ella, relajado, poeta portugués, te escribo desde otras sábanas, y te cuento que no siento más dolores ni fiebres ni fríos, sólo los calores de otra temperatura, que suben a medida que subo yo por su cuello y bajan mis manos por su abdomen.

Te hice caso, sí, incluso antes de haber leído tu consejo. Por eso te escribo desde otra cama, la suya, a punto de dormir en sus brazos.

Atentamente,

Sabagg.


P.D. Disculpa que no sepa distinguir aquí lo vivido y lo soñado, pero tú me entenderás, tú sabes bien que a veces, mágicamente, sucede... Tú conoces estas fiebres.

1 comentario:

Elchiado dijo...

Por supuesto que las conozco; suelo sufrirlas con bastante frecuencia... Bravo!!, me alegra saber que siguió mis consejos aún antes de leerlos, guardaré sus cataplasmas de "azúcar y ceniza" en algún lugar fresco y seco, por si alguna vez necesito de ellas.
Entre mis letras le he colado un abrazo invisible.

Atentamente,

Elchiado

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