Sabe septiembre
un poco a año nuevo
-apenas salí de las aulas-,
a vida nueva
-más recientemente-.
Cinco años la han estirado día a día:
ya alcanza los altos globos,
el elefante de la estantería,
algunas noches, la luna pequeña,
a diario, mi boca.
Conoce el escondite de las golosinas,
disimula mal
su incursión en el del chocolate
-casi a diario, su boca-
con la que me honra
-y me ensancha-.
Tiene el genio justo y un pez azul,
aprende del diálogo el diálogo,
valora las palabras precisas
aunque a veces sea obstinada,
y zanja y te enseña que,
después de todo,
"no pasa nada".
Sabe por qué es guapa
-porque mamá y papá lo son-,
que hay colores que no combinan
y que ser buena combina con todo,
que los demás también existen,
y los errores y el perdón.
Hola fue su primera palabra,
su primer garabato, un corazón,
le gustan los ponis y la amistad,
entona cualquier canción
y me muero cuando canta en inglés
-a diario, su boca-.
Todo tiene su lugar:
sus juguetes, sus rutinas,
su tono al hablar, sus libros
y los álbumes de fotos que hojea
-quiere volver a Nueva York-.
Dice ahora -por esperar a Violeta-,
que ya no me haré mayor,
que no seré como el abuelo
-con su reloj de amor mide el tiempo-.
No sabe que destino y sentido es ella,
quiero decir,
que si viajase al pasado,
cada paso que di daría de nuevo
hasta estrecharla en mis brazos,
no sabe mi pequeña unicornio
-hoy,
aún,
quizás,
seguro que sí-
lo que un día le contará este poema
y el cálido escalofrío del beso
que porta este punto final.
Y a diario, mi boca.