lunes, 18 de abril de 2011

Él lo llama "espera"

Lo llaman espera, pero es la gota china cayendo sobre su frente a intervalos malditos de cinco segundos en una percusión física fija que se hace más que nada psicológica cuando la repetición constante se adueña del tiempo y la mente al sentir la invariabilidad del golpeo y la imposibilidad de evitarlo -inmovilizado está el hombre-, de desasirse y de huir hacia el sol.


Él lo llama espera también, porque deslindó la amistad y encontró amor más allá de ella, un amor en la boca pero sin beso, un amor en las manos pero sin pecho, un amor en el alma pero sin cuerpo, un amor hacia una amada que comparte almohada con quien ya no comparte sus sueños y, pese a ello, no evita que ese amor elevado siga siendo incompleto.


Él lo llama espera, porque cree que va a venir, porque es consciente de que ya le descubrió sus cartas, de manera que esa mujer ya no ignora el canto de los jilgueros que explota con cada uno de sus milimetrados gestos, detalles o palabras, como si de la directora de una orquesta se tratara y sostuviera en su mano la batuta que marca el compás de esta pieza de la historia.


Él lo llama espera, porque él, más joven y lozano, recorrió ya su sendero por el tupido bosque y aguarda junto a la cascada, sentado, a que ella, más madura, guíe sus pasos hacia allí persiguiendo el fragor del agua que cae para avanzar, que se rompe para vivir, que salta al vacío para volar, que no permite que nada obstaculice su anhelado destino de mar.


Él lo llama espera, porque mira el reloj y piensa en ella, porque le manda mensajes al móvil, emails, llamadas perdidas y es incapaz de olvidarse del teléfono por si llega alguna respuesta que le dé color a una tarde mustia, a una mañana turbia y sea además señal clara de que ya está en camino, de que las agujas le acercan a su amada como Céfiro empujó a Venus hacia la orilla.


Él lo llama espera, pero en realidad desespera, porque arranca meses y meses del calendario y nada cambia, porque no hay viento que levante las hojas, porque ella sigue inmóvil, porque no le valen ya las caricias en la cara ni las solas conversaciones mágicas, porque ella no reacciona ante los signos que él le envía, porque ya no son suficientes las palabras, porque no entiende cómo ella, inteligente, sigue alimentando una vida falsa con un marido que no la toca desde hace años, que no la ama, porque no le convence la posible excusa de la corta edad de su niña, porque piensa que cuando se ama de verdad se caen a chorros los besos, se desquicia el cuerpo -sus impulsos-, se descontrola el tacto y no se puede frenar el deseo, la pasión de dos cuerpos en los que habitan almas verdaderamente enlazadas.


Él lo llama espera, pero se miente a sí mismo cuando se recuerda su promesa de esperarla el tiempo que fuera necesario, porque en el fondo conoce cómo mengua a diario la esperanza a fuerza de incertidumbres: ¿No se da cuenta de que le devolverá la alegría, de que la va a hacer feliz para toda su vida? ¿Será que no siente ella lo mismo? ¿Por qué lo quiere mantener cerca entonces? ¿Será verdad que a todos nos gusta tener alguien que nos regale el oído, que nos haga agradable la vida sin que nos suponga ningún compromiso? ¿Se ha convertido en una simple vía de escape a su cotidianeidad? ¿Estará jugando con él? ¿O es él la única persona que mantiene tenso el hilo que la une a la felicidad que soñaba de pequeña? ¿A qué vienen entonces sus ausencias prolongadas? ¿Qué significan las apariciones repentinas mostrándole todo su interés por él? ¿Qué quiere de él? Y lo peor de todo: si él la está esperando, ¿piensa ella ir?


Él lo llama espera, pero sabe que no es sano pensar tanto, cuestionarse tanto, y desearía con todas sus fuerzas que ella le ayudara, que le aclarara algo. Mas él no se atreve a preguntarle nada, a pesar de su entrañable complicidad y confianza, porque piensa que puede acabar perdiendo aquella primigenia amistad bajo la cual se oculta todo este universo suyo. El tiempo huye, y le duele visualizar de reojo, por un camino u otro, el fin.


Él lo llama espera, pero la vida se va esfumando, los momentos que pudieron venir ya no vienen iguales nunca, la edad no perdona, los trenes llegan, paran y se marchan, y él se ha propuesto no esperar otro barco sino el de ella, pero no sabe si acudirá en pos de un amor completo o si se quedará varado en el muelle en nombre de una amistad insuficiente. Y cuando se sincera te cuenta que él desearía ser un Paris raptando a Helena, pero ya no sabe si acabará siendo una Penélope esperando entre telares o un Ulises perdido en su odisea. Toda la Historia cabe en su historia.


Aun así, él lo llama espera, pero conoce que el efecto de la gota china es la locura tras no poder dormir por el tormento ni beber, cuando tanta sed ataca, de ésa agua de vida que gota a gota le martillea la cabeza. Y conoce que, pasados los días, llega un momento en que el corazón


se


para.
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5 comentarios:

Lola Fontecha dijo...

Cuando se lee y te ves reflejada en las palabras ¡¡¡es muy duro!!! una realidad aplastante enfrentada a un amor que no sale de los adentros... aunque duele y te quiebra siempre permanecen los sentimientos, sobre todo si son tan profundos. Un beso Sabagg, me has movido por dentro con tu entrada.

Tania Torres dijo...

quien no ha tenido esa gota martilleando tu cerebro una y otra vez,quien no ha esperado y sigue esperando a que alguien sienta como tu lo hiciste esa vez....la vida es un mar lleno de gotas....buscandose sin cesar

Unknown dijo...

Hablo. Y digo que he disfrutado de tu relato. Es bello porque habla desde dentro, con la sinceridad de un sentimiento apasionado. Y ahora es un hombre el que espera, tejiendo su esperanza con sus temores.

Cora dijo...

la espera que mala es cuando se hace larga, interminable...

un besazo de Cora

Anónimo dijo...

muy bueno tu blog, mas que entretenido, me encanto. te dejo el mio postsdeunreinoalien.blogspot.com
nos seguimos
besos y suerte

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