lunes, 28 de junio de 2010

Cuando la tarde se disuelve en el calor

Cuando la tarde se disuelve en el calor, no hay quien se la trague, ni vertiéndola en un vaso de dibujitos de colores, como hacían las madres con las medicinas cuando éramos pequeños; era uno de sus innumerables trucos. Pero mamá y papá no están aquí, no están siempre, y hoy le vengo haciendo ascos a las campanadas del reloj de la iglesia, que suenan y suenan de tanto en tanto, a su tiempo, y parecen el ruido del tren que se acerca rápido y te atropella. Pues me atropelló, sí, del todo, y aquí me quedo parado y tirado, buscando un trago de agua fresca para las heridas, con los adoquines ardiendo bajo mi piel y el aire viciándose en cada respiración. La calle atonta. Voy a casa. Hace el calor de la desgana, y yo estoy haciendo las maletas para huir de nuevo hacia adelante. Sé que este aire de hoy no es el mío, que el mío ya llega pronto, en apenas una semana, y ese sí que lo respiro yo y me respira él a mí. Me vino una brisa fresca hace un segundo para anunciarme que me esperaba. Despertó mi sensibilidad, la que huele a mí. Cogí la jarra del frigorífico y le puse hielo. Nada como un trago de agua fría cuando la tarde se disuelve en el calor.

1 comentario:

Arya dijo...

Que vision tan clara.. me haz hecho sentir el calor de tu tarde ... y hasta el hielo en el agua.

Un abrazo :)

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