miércoles, 23 de junio de 2010

Caracola

P1010303 Tú llevabas un vestido blanco. El viento pegaba la falda a tus piernas y marcaba tu silueta como si nada impidiera apreciar que tienes el cuerpo que cualquiera desearía. Yo caminaba con un pantalón corto, por debajo de las rodillas. Mi camisa blanca se movía con el aire y los cuellos parecían dos banderas de paz, quizá una tuya y una mía de habernos rendido ambos en la misma guerra. Estábamos descalzos y la arena de la playa era la mejor alfombra que había encontrado para tus pasos del atardecer. Luego nos sentábamos y yo cogía una caracola, te la acercaba al oído y te explicaba que las caracolas devuelven los sonidos como ecos. Tú me decías que no, que ellas llevan dentro el sonido del mar. Como si fuéramos actores de una comedia, nos peleábamos por llevar la razón, y nos hacíamos cosquillas, hasta que yo te proponía averiguarlo. Entonces yo cogía la caracola, acercaba mis labios a su hueco y pronunciaba mi nombre. Ninguno acertó. Cerrábamos los ojos, nos desnudábamos el uno al otro y de un abrazo nos hacíamos un ovillo juntos, todo al comprobar que le había dicho mi nombre, pero la caracola que vino del mar me había devuelto el tuyo.

1 comentario:

Elchiado dijo...

Es que hay caracolas muy "celestinas" ellas... hay que saber escogerlas, claro, pero no dudo de su habilidad para tomar la correcta. Un abrazo

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