jueves, 4 de marzo de 2010

El cariño y la falta de maña

Recuerdo bien las mañanas de manualidades en el cole, e incluso las tardes hasta las cinco. La luz era la mayor bendición para unos niños que estaban aprendiéndola para poder aprender a conocer el mundo a su alrededor. Y las ventanas numerosas dejaban a la luz conquistar toda la clase, ganar la batalla a la noche de la que íbamos -y quizá seguimos- saliendo. Mi pericia nunca fue la mejor en estas lides. La facilidad de algunos compañeros, especialmente las niñas, acrecentaba mi torpeza y, a la vez, me empujaba a sacar lo mejor de mí, el esfuerzo sustituyendo a la habilidad. El resultado era distinto, sí, para mí razonablemente satisfactorio. El cariño en cierto modo suplía la falta de maña. Ahí quedó, en el pasado, el espejo pintado de negro y rayado para dibujar un pez como los que pescaba mi padre en el Guadalquivir algunas tardes. Ahí quedó también algún que otro mural y los collages que no entendía pero que con la guía de la maestra lograba confeccionar y disfrutar. Allí, en los ratos de la escuela se quedaron también los palillos de dientes con los que dar forma al mar, el sol y un velero sobre aquel papel grueso que era como tela y que no sabías cómo pedir en la tienda. Allí se quedaron las tardes de abrir nueces para descubrir -¡oh, sorpresa!- que las mitades de la nuez tenían cierta forma de corazón, lo que suponía que un corazón afilado y brillante podía abrir otro corazón, y que allí dentro estaba lo rico.
En esas tardes el olor del fruto del nogal se mezclaba con el de la plastilina que iba a ocupar el hueco. Y los palillos de dientes bien pegados se convertían en velas y mástiles que clavar en la blanda cubierta del barquito. Recuerdo bien que muchas manualidades eran barcos, sí, y sol y olas de mar onduladas. Quizá teníamos que ir haciéndonos marineros y aprender a llevar el timón para conducir la nave por los siete mares a cien puertos. Quizá tenían que enseñarnos a encontrarnos con otros marineros por los océanos o entender el movimiento de las mareas, la influencia de la luna, qué sé yo. Qué sabrían ellas, nuestras amadas maestras. El caso es que recuerdo bien que yo lo ignoraba todo mientras curioseaba, que no sabía nada mientras aprendía -casi como ahora- pero recuerdo bien que acudía con el pez, el velero de palillos o la nuez que era un corazón con forma de barquito a casa y que me sentía ampliamente satisfecho porque eran siempre para mi madre y ella sabría valorarlo cuando con sonrisa ingenua y cálida de torpe hombrecillo que lo ha dado todo le dijera: "Felicidades, mamá".

1 comentario:

Unknown dijo...

Que tiernos momentos de la infancia, es bonito recordarlos :)

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