Háblame, Violeta,
de tus chillidos puros
frente al árbol de Navidad
-sus luces intermitentes-,
de tu gateo juguetón en la moqueta
del hotel un puente,
de los sonidos de los delfines,
de sus piruetas
en el aire azul
y en tus atentas pupilas,
habitación luminosa
donde te has ido mudando
sin saberlo aún.
Háblame, Marina,
de las vistas del ascensor
que tomas sin vértigo
subiendo hasta el sexto,
de los juegos de animación,
de mí hablando en italiano,
de acurrucarte conmigo
tras el día agotador,
del pillapilla en la arena
y del pollito inglés
el día de la Constitución,
de cuando querías que pisáramos
huellas anteriores ajenas
mientras yo te invitaba a mirar,
pero trazando tu propio recorrido
con tus huellas crecientes, sin dudar,
que la vida es, hijas mías,
caminar y tropezar,
trotar y correr,
enredarse en la espuma,
sonreírle al agua fría, jugar
frente a las olas del mar.
Habladme,
cogedme la mano y contadme
y reídme
si alguna vez se pierde mi mirada
y mi voz ya no es mía,
si me pierdo
en el vacío de las edades,
que podrá perderse aquel padre que seré,
pero este de ahora,
este hombre feliz de amor que llora
uno a uno estos versos
no se cansará de buscaros
entonces
nunca.