A mi hermana María,
con una parte de lo mucho que la quiero.
Llorabas, llorabas mucho
en tu imperfecto y críptico
y temprano lenguaje,
tú, que acababas de completar
nuestro círculo de luz.
Formulabas preguntas
antes de saber pronunciar palabras,
cosas como “¿cuánto queda para llegar?”
o “¿dónde se fue la abuela?”,
tú, que eras tan linda y tan pequeña
que te atrevías a preguntar por qué.
Pero te reías mucho,
quizá te reías siempre
y, en tu universo de muñecas,
los peluches te sonreían, te adoraban
a ti, que eras mi hermana adivinada,
que fuiste presagio infantil mío.
Creciste, hermosa adolescencia,
mejor: crecimos, y hoy doy por válidas
las peleas que siempre tuvimos,
las aventuras que Cronos nos devoró
a mí, al hermano y a ti,
que arribaste con los últimos vientos
de la juventud de papá y mamá.
Ahora que la vida te pasó por su lija,
te pienso y me dueles y te digo:
llora como cuando eras niña,
hazte todas las preguntas
y cuando llegues al último por qué,
empuja fuerte la puerta,
que viene la Vida a tu encuentro
y trae de la mano
la alegría de tu niñez.
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