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Desempolvamos jerseys de bebé
con alguna mancha puntual
que es como un sello del tiempo
y tiñe los vestidos blancos
-del blanco de los lirios blancos-
el color sepia de los recuerdos
que de tan pequeños que fuimos,
jamás almacenamos,
que de tan pequeños que fuimos,
jamás evocamos.
Hay una raya en el suelo
del tiempo que fue,
una raya que se eleva y hace un muro
que nos impide saber lo que pasó,
aquello que, sin embargo, vivimos
los primeros meses de este mundo
que de tan pequeños que fuimos,
jamás almacenamos,
que de tan pequeños que fuimos,
jamás evocamos.
Hay un dolor hermoso y extraño
al otro lado de la primera memoria
donde cabe la rara nostalgia
de cómo fue abrir los ojos,
de quienes nos esperaban en casa,
nostalgia de besos, nanas, juegos y palabras
que de tan pequeños que fuimos,
jamás almacenamos,
que de tan pequeños que fuimos,
jamás evocamos.
El olvido es nuestra tierra asolada
bajo una luz primordial blanca
-del blanco de los lirios blancos-
donde suena etérea la cajita de música
y se duermen aquellos ecos felices
que de tan pequeños que fuimos,
jamás almacenamos,
que de tan pequeños que fuimos,
jamás evocamos,
que de tan ignorantes que somos,
jamás extrañamos
y, sin embargo, vivimos.
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