lunes, 13 de octubre de 2025

Yo tuve un tren

Yo tuve un tren de chico.

Un tren imponente

de verdad pero en pequeño 

me parecía 

por la consistencia de las pesadas vías 

en mis pueriles manos endebles

el metálico runrún de sus traqueteos 

y un asombroso humillo agrisado 

que la locomotora exhalaba

en aquel infinito viaje circular

hipnótico y admirable 

a mis alegres ojos de infante

que no conocían límites de tiempo

al mirarlo girar 

para guardarlo con cuidado 

hasta otra tarde.

El aciago día que mi hermano

jugando lo rompió 

lloré de pena

honda pena por un tren

en el que mi imaginación

no podría ya viajar

nunca. 


¡Qué zozobra trae el apego infantil a los objetos!

¿O era el sueño del viaje lo que moría?


El redondo día que soplaba los cuarenta

con mi familia

por sorpresa

mis chicas me acercaron

en sus pueriles manos

un regalo que su madre había ideado

y mis manos fuertes desenvolvieron

con expectación envolvente.

Un tren que evocaba el de antaño.


De repente yo 

en el centro de un abismo dulce.

El hombre lloró infinita una sonrisa 

que dejaba oír la carcajada del crío 

que se asomaba a sus ojos

de puntillas.

Mientras, con sus temblorosas manos 

parecía dibujar el humillo

y olerlo 

y musitar chu chu chu 

el anciano que seré 

las tardes mustias 

en la penumbra del salón 

o con mis hijas al lado

las noches luminosas 

y con nietos si vienen

entusiasmado latido

eco que llegó mañana de aquel hoy 

que no es pasado

aún 

jamás.






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