Vino con paso decidido,
rajando apenas el año
y la noche para hacerla día,
no en rendijas, cataratas de luz,
como quien sabe el lugar al que va,
los brazos que la aguardan,
y ofrendó la esperanza
como regalo al salir de su templo
para acudir radiante al encuentro
de mamá, de papá, de su hermana,
de familias que esperaban
con los pasos medio confinados
y las bocas tapadas,
las mismas que, a cada momento,
abre a golpe de ingenio
y de hallazgos y de gracia
-"¿Japón y jamón riman
en asonante o consonante?"-
ella, que descubrió sonrisas en diferido,
sorpresas tras mascarillas,
ella, labios de flor y de arroyo,
piel de amor desenmascarada,
candil inocultable en aquella zozobra.
Frente a mí estrenó sus ojos de lechuza,
redondos e inmensos ojos
que jamás ha cerrado del todo
para exprimir el mundo
que cambia por ella y con ella
con su mirada cuántica,
con su nervio de apasionada aprendiz.
Te busca la palabra exacta,
te encuentra las cosquillas,
te desarma con tequieros
y te embelesa con la chispa
que arde en cuanto dice y hace.
Esta es Violeta,
quien la conoce lo sabe.
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